> SOCIEDAD | ACTUALIDAD | CULTURA: mayo 2006

21.5.06

El Hitler Humano

El reconocido historiador Ian Kershaw da su opinión sobre el film alemán Der Untergang (La Caída). Fue una sorpresa recibir el llamado de Bernd Eichinger, director del film Der Untergang (La Caída), pidiéndome que viera la película antes de su estreno. Estaba muy contento de tener la oportunidad de formarme un juicio sobre las cualidades del film, que ya estaba causando revuelo en Alemania. Aquí, en Inglaterra, poco se sabía sobre la cuestión. Sólo había podido leer unos breves reportes hablando de la finalización del tabú de llevar a Hitler a la pantalla grande en Alemania. Al hablar con amigos y colegas alemanes sobre la película, o al leer la prensa alemana, parecía ser ciertamente un tema importante. Incluso me pidieron que opine si creo que Alemania está “lista” para una representación en cine. ¿Pero no es allí donde se encuentra el peligro, en ver a Hitler como un ser humano perdiendo de vista su intrínseca maldad y monstruosidad, su naturaleza demoníaca, aún despertando simpatía hacia él? ¿Podría ser un efecto indeseable el convertir el bunker de Berlín en una especie de atracción turística insana, un lugar de peregrinación? Por supuesto que no podía estar seguro antes de ver el film, aunque en verdad lo dudaba. Este parece el típico caso de angustia alemana –entendible, aunque exagerada- sobre el pasado Nazi y su relación con el presente. Mi punto es que es absolutamente legítimo realizar la película, después de todo, no es la primera vez que la historia del bunker ha sido filmada. A menudo he pensado que la producción de un film alemán sobre Hitler no es más que una cuestión de tiempo. Ello probablemente hubiera parecido muy intrépido unos años atrás. Pero la realización de esta película es una parte más del continuo, gradual e inexorable proceso de ver la era de Hitler como historia –incluso, y más importante aún, sintiéndolo como historia. Es entendible que el dictador haya atormentado la conciencia histórica de Alemania, y aún lo hace. Lo que sucedió bajo su mando y en su nombre ha destruido, tal vez de forma permanente, cualquier posibilidad de relación con el pasado alemán. Además debe mencionarse que el modo en que el país ha luchado por hacer frente a su perturbador pasado ha sido, muchas veces, elogiable. Pero sucesos lejanos necesariamente vuelven a considerarse de modo diferente a través del tiempo. Ellos forman parte de la historia. Este es el caso en todas las sociedades. Incluso lo será para Alemania. Por supuesto que un largometraje aprovechan las emociones de los espectadores, llevando a la empatía de los personajes. Pero con lo que sé sobre la historia del bunker, encuentro difícil de imaginar que nadie (además de los marginales neo-Nazi) pueda posiblemente encontrar en Hitler una figura simpática durante sus bizarros últimos días. Y suponer que de alguna manera puede ser peligroso verlo como un ser humano, bueno, ¿qué fue lo que hizo suponer la confianza en una sólida y liberal democracia? Hitler fue ante todo un ser humano, aún siendo un espécimen odioso y aborrecible. Sabemos muy bien que Hitler podía ser amable y considerado con sus secretarias, y un segundo después mostrar una fría rudeza y despiadada brutalidad en determinar la muerte de millones. Cuando estaba por entrar a la sala de cine me recordé a mí mismo que los largometrajes, por muy buenos que sean, son una construcción artística, y por su naturaleza, incompatibles con una estricta precisión histórica. En esto difieren con los films documentales. La precisión de los hechos es tan importante para los films documentales como para los trabajos históricos. En cambio, en un largometraje funcionan de forma diferente las limitaciones de reglas de evidencia. Ello no significa una incapacidad, aunque bien hecha, de transmitir a través de su dramatismo, un sustancial entendimiento de la realidad. La película, precisamente a través de su dramática reconstrucción, tiene un gran poder emotivo. Su explicativo poder es inevitable, aunque débil. Lo que ocurrió en el bunker ha sido esencialmente conocido por el libro de Hugh Trevor Roper, Los últimos días de Hitler, publicado en 1947. Prácticamente todo lo que ha salido a luz subsecuentemente ha sido examinado por Anton Joachimsthaler, hace unos diez años, en su detallado estudio, El fin de Hitler (Hitler’s Ende). Aunque un enfoque sobre los grotescos sucesos del bunker, en el centro de la ruina física y mental de un hombre cerca del suicidio mientras su mundo colapsa puede, por si mismo, hacer poco para explicar cómo se ha llegado a ello. En otras palabras: viendo a Hitler al borde del suicidio, no puede ayudar a entender el fenómeno Hitler. Lo que puede lograr, que no puede ni un film documental ni un libro de historia, es simular la sensación de ser un observador del bunker, viendo el drama y alcanzando el macabro clima. Y, mientras estaba sentado en el cine de Manchester, completamente vacío, viendo la soberbia reconstrucción de Eichinger, no podía imaginarme cómo un film sobre los últimos días de Hitler podría estar mejor logrado. La espeluznante atmósfera del bunker ha sido capturada de forma brillante. El extraño mundo de estos internos –borrachos de jolgorio al lado de charlas sobre el mejor método de suicidio- está evocado maravillosamente. La lúgubre escena de muerte y destrucción, los últimos episodios de una guerra aún ardiendo en las calles de Berlín, mientras el absurdo gran guiñol, ya fuera de juego, provee un recordatorio. Eichinger trabajó con un elenco destacado. Juliane Köhler es espléndida, tal vez demasiado vivaz, como Eva Braun. Ulrich Matthes y Corinna Harfouch encajan perfectamente en los siniestros Joseph y Magda Goebbels –perfectamente en la horrible escena en que Magda mata a sus niños. Por sobre todo, Bruno Ganz está espléndido como Hitler. Los decrépitos individuos que se arrastran por las habitaciones del bunker, su humor impredeciblemente cambiante, de la sombría resignación a una frenética e irreal ráfaga de optimismo, están brillantemente logrados. Los impresionantes arranques de cólera, subsumiéndose en patética autocompasión, la furia dirigida a los presuntos “traidores” de los generales, que han forzado cada nervio para satisfacer su órdenes; su fría indiferencia por la suerte del pueblo alemán; sus últimos deseos de continuar luchando contra los judíos, el Hitler representado por Ganz es mejor de lo que yo mismo imaginé cuando escribía el capítulo final de la biografía. De todas las representaciones del Führer en cine, aún por grandes actores como Alec Guinness o Anthony Hopkins, éste es el único que para mí es convincente. Parte de ello es por la voz. Ganz logró casi a la perfección la voz de Hitler. Es fríamente auténtico. De todas maneras, ¿ello nos ayuda a entender mejor a Hitler? Mi impresión es que no lo hace, por más brillante que sea la representación. Es difícil ver cómo podría –o más, qué gran encantamiento traería si lo conociéramos mejor (si es que eso significa algo). ¿Tendríamos entonces una clara comprensión de su dominación sobre pueblo alemán, o sabríamos por qué gente inteligente en posiciones de autoridad estaban dispuestas a poner en práctica sus deseos? Al menos, es poco probable que la suma de intuitivas actuaciones lo hagan más inteligible a la audiencia, que no puede entrar en su pervertida mentalidad. Su vida ha sido escrutinada como posiblemente ninguna otra, pero un corazón es aún insondable. Hitler de algún modo permanecerá siempre como un enigma. Dejé el cine absorbido por la película. Como producción, es un triunfo –un maravilloso drama histórico. Camino a casa, listo para felicitar a Eichinger por su brillante logro, una idea cruzó mi mente: que el éxito de Der Untergang debería provocar un nuevo tipo de Hitler-Welle (ola Hitler), esta vez en películas. Espero que no. Más allá de que no todas llegarían al elevado nivel de Eichinger, películas que traten de episodios anteriores en la vida de Hitler, podrían tener gran dificultad para evadir trivialización e insensibilidad moral. Por supuesto que con esto no estoy sugiriendo que sería mejor un veto o censura en la realización de películas de estas características –Alemania es una democracia madura y estable como para afrontarlo. ¿Pero, son necesarias? ¿Traerían nuevas visiones? ¿Aclararían el por qué personas con elevada educación, políticamente pluralistas, económicamente acomodadas, una sociedad moderna hace tres cuartos de siglo encontró la salvación nacional en Hitler? ¿Precisa Alemania recordar de este forma su pasado para no olvidarlo? Vía The Guardian, 17 de septiembre de 2004